por Lilian Uk y Reno Nasvil

domingo, 11 de octubre de 2015




THE BEAVER
(2011)

Jodie Foster




Les contaré: hay un hombre deprimido que decide aislarse y abandona a su familia. El hombre, que interpreta Mel Gibson, justo a punto de suicidarse, es salvado por la voz de un castor parlante que él mismo da vida mediante ventriloquia. Un grito del animal de peluche le tumba en el suelo para que no se tire por la terraza y entre tanto, un inmenso televisor se le cae en la cabeza, ¿podría ser que el suceso del televisor fuera autobiográfico? No lo dudamos, es casi imposible que se trate de una metáfora. El hombre, ya en el hospital, decide volver con su familia, pero a partir de ahora, sólo se comunicará con el castor. Hasta ahí la idea en la que se basa la película de la señora Foster es un tanto extravagante, pero en todo caso sugerente, ¿qué tendrá que ver Jodie Foster con un roedor semiacuático con vocación freudiana? Cuando Mel Gibson regresa a casa, se hace creer al espectador que la cosa es que el tipo está loco, pero el plantel que se encuentra en el hogar no es muy diferente: una mujer que es diseñadora de montañas rusas y que pasa las horas frente a tres ordenadores sin pulsar ni una tecla, un hijo mayor que decide descargar su ira dándose de cabezazos contra la pared de la habitación hasta que literalmente, abre un agujero a la calle y un hijo pequeño que hace de comparsa al teatrillo del castor.
El circo está preparado. El público imagina que se va a tratar de una comedia un tanto peliaguda, pero en todo caso ligera, pero no, Jodie Foster tenía otros planes más cercanos al tutti fruti.
Como ya se ha dicho, la película no tenía por qué haber salido fallida, la cuestión es que Jodie Foster no sabe muy bien qué tiene entre las manos, no sabe qué hacer con ello y confunde churras con merinas, tanto técnica como argumentalmente. Lo que debería ser una historia tratada entre el absurdo y la alegoría, se transforma en un drama psicológico de problemas conyugales en la linea de Al salir de clase o Compañeros. La histérica interpretación de la actriz-directora como esposa del tarado del castor, ralla lo insoportable a un nivel ético y la vergüenza ajena invade al espectador ante la poca solidez de su talento. El papel del hijo mayor, en cambio da, en todo caso, pena (para ligarse a una chica, escribe un grafito delante de ella que dice: RIP BRIAN, o sea, el epitafio de la traumática muerte del hermano de la rubia que se quiere ventilar) y Mel Gibson, a pesar de ser lo único salvable del film, protagoniza un desenlace sin comentarios, digno de la peor de las películas gore que la señora Foster habrá visto en sus ratos libres: el castor se apodera de la identidad de Mel y éste, decide cortarse el brazo para liberarse del peluche maldito. Osea, para aclararnos, el virtuosismo de la directora hace de una comedia, un drama psicológico que se va transformando en un trhiller que deriva en una película gore con happyend. Total. Te quedas mudo ante esta joyita. ¿Por qué no lo llamó El muñeco diabólico III? ¡Ah, que ya existe! Finalmente, parece ser que Mel se ha curado, manco, pero se ha curado, ¿cuál parece ser la moraleja de este cuento horripilante? Que Jodie Foster o Jodie Freud tendría que dejar de ir al psicólogo y robarle las ideas para sus engendros fílmicos y cómo no, seguir el ejemplo de su personaje principal para no poder tocar una cámara de cine nunca más en su vida.