por Lilian Uk y Reno Nasvil

martes, 21 de octubre de 2014



INDIANA JONES Y EL REINO 
DE LA CALAVERA DE CRISTAL
(2008)

Steven Spielberg




Nadie podía imaginarse que el degenerado de Spielberg acabara haciendo películas de serie Z, antes de filmar la cuarta entrega de su fenomenal héroe Henry Walton Jones Jr. Esta churrigueresca historia sacada de la manga o del cajón de las malas ideas de Lucas, es un chorro de despropósitos narrativos, aderezados con oleadas de salsa tedio. El rey del entertaiment consigue en esta nueva aventura una pesadilla sin escapatoria y un veneno clorofórmico de gran eficacia. La dirección de la película parece estar realizada por un mono de los que aparecen en 2001: odisea en el espacio (1968), haciendo el tarugo, matando cerdiosos hormigueros. La película más aburrida de la historia es una película de los hermanos Marx comparada con esta pusilánime producción, filmada a base de cromas de chino barato y pésima interpretación. Kate Blanchet parece un bulímica neurótica con menos presencia que un fantasma borracho; Harrison Ford intenta salvar el filme, disimulando ser un septuagenario circense que se mueve con la agilidad de un monotiti. Para rematar, John Hurt hace de autista sin gracia a lo Tom Hanks en Náufrago (2000) pero hablando maya y Shia LaBeouf, el chico de Transformers, interpreta a un inesperado hijo de Indi a lo Marlon Brando en The Wild One (1953) con flequillo modo James Dean y que, para no ser menos, intenta convencernos armándose de un recurrente peine y una navaja gitanera. El chico, que promete ser un hipotético Robin para una quinta o sexta entrega, se luce en una épica secuencia en la que se olvida de la trama y se transforma en el Tarzán de los monos de la Play Station. En cuanto al reparto, la única solución digestiva para no estar vomitando durante siete años, es la reaparición del personaje de Marion, que actúa como si fuera  puro primperan en vena para frenar las arcadas del público; pero no es suficiente. Su mínima intervención cómica como chófer selvática y riquiña psicótica nos saca alguna sonrisa y nos recuerda la edad de oro de la saga; aún así, su presencia sólo es una ilusión metida con calzador como para intentar salvar una película infumable de cabo a rabo, que Spielberg debió haber escondido en una caja blindada de titanio y enterrado en lo más profundo de la Antártida. Pues si lo único desdeñable fuera el casting, el film aún podría tener una excusa, pero no la tiene.
Steven Spielberg desarrolla una aventura en pos de la búsqueda de una ridícula calavera de cristal que parece sacada de la misma Alien III (1992) y que parece hipnotizar a aquel que se digne en mirarla a los ojos; paradójicamente ocurre lo contrario al intentar ver la película: el amorfo cráneo y el macilento film producen un dolor de cabeza considerable (se recomienda una sobredosis de ibuprofeno antes de sentarse en la butaca). No sabemos si Spielberg está sobremedicado o es que los tripis que tomó en los 70 le están haciendo efecto a estas alturas, pero si no es así, no tenemos otra explicación. El argumento está repleto de aclaraciones sin sentido, de Roswell, de lineas de Nazca, de la leyenda del Dorado, de la historia del conquistador Orellana, de una aparición efímera y absurda de dos agentes del FBI que nunca se acaba de saber de qué acusan a Indi -y que misteriosamente no vuelven a aparecer en todo el film- y de miles de excusas baratas para introducir nefastas secuencias al estilo Indiana Jones, un estilo que brilla por su ausencia. Pensándolo mucho, la única conclusión a la que hemos llegado es que lo único que podría salvar este metraje sería la aparición de Sean Connery en modo ángel montado en una nube Kintom, tocando la dulzaina o comiéndose un bocata de chorizo; no se nos ha ido la olla, sería la única justificación para que el film fuera considerado una especie de gag cómico (La otra alternativa posible sería construir una máquina del tiempo para volver antes del 2008 y amordazar a Lucas y a Spielberg para que no cometan esta magna atrocidad, que esperanzados, confiamos, borrará la eternidad).





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